17 de noviembre de 2016

Pasaporte


En este momento viajo en tren, en un vagón vacío y frío, pero confortable. Los cristales de las ventanas reflejan mi imagen y no me permiten ver el camino. Puede que no tenga ninguna certeza de hacia dónde voy, literal y metafóricamente. Tal vez he errado todas las rutas hasta ahora. Lo que busco no lo hallaré en ningún país, en ninguna de las ciudades que ya he recorrido o en las que me quedan por conocer. Pero en este viaje en particular, tengo la certeza de encontrarme con una parte de mí, que por mucho tiempo no había logrado identificar. Sé que he repetido esto muchas veces, pero en esta ocasión, textualmente es así.


Viajo en tren de Oporto a Vigo. Llueve todo el tiempo. Las paradas son eternas y el recorrido se hace mucho más largo de lo previsto. Solo llevo una mochila con pocas cosas. Voy en búsqueda de mi identidad venezolana, voy a encontrarme conmigo mismo en un papel, un sello y una foto. La misión de este viaje es renovar mi pasaporte (vencido hace ya varios meses) y certificar mi ciudadanía. Un mero trámite, una diligencia más, pero sin la cual, no podría regresar a Venezuela. Creo que estoy reuniendo los ingredientes para esta vuelta y comienzo por buscar a mi país, en otro.

 




En efecto, el tren llega tarde, la lluvia no da tregua, estoy en Galicia. Vigo es una ciudad hermosa, más parecida con el norte de Portugal que con el sur o el centro de España. Esta es una España muy distinta. Estoy complacido. Leo los carteles en gallego y camino solo por las calles, el centro, el puerto y la marina. Siempre el desplazamiento geográfico de un punto a otro, es un trance en el que meditar sobre lo que somos y hacia dónde vamos. El momento del viaje puede ser una alegoría sobre el resto de las cosas que atormentan la mente. Trasladarse. Moverse. Descolocarse. Mudarse. Remover todo lo que está asentado y dejar que ocupen un nuevo lugar.


El pasaporte hay que tenerlo siempre al día, este gran descuido no se volverá a repetir. He estado casi un año sin documentación venezolana. Y no es que la nacionalidad se pueda reducir a un pedazo de papel. Pero sí creo en las metáforas. La vida está llena de ellas y hay que prestarles atención. Pueden llegar a revelarnos lo que el pensamiento y la razón, no pueden. No tenerlo es en cierto modo, alejarme de mi tierra, ergo, alejarme de mí mismo, ergo, no saber quién soy ni hacia donde estoy viajando.


En Vigo encuentro también una cafetería llamada Maracaibo, muchos acentos venezolanos en la calle y una tienda donde venden malta, chicha, casabe… Aquí está el país. El país se está desconstruyendo y construyendo al mismo tiempo en pequeñas piezas desperdigadas por todo el mundo. El país se desgaja con su gente dentro. Sangra. Muerde. Arrincona. Aquí está el país. De ahí la importancia de este viaje, asegurarme de donde soy, y hacerlo en forma de papel, sello y foto, me llevan también a afirmar a dónde voy. Porque como le dijo Rita a Chico en la película de Fernando Trueba: A mí el futuro no me ha dado nada, tengo todas las esperanzas puestas en el pasado, y mi pasado es Venezuela. Bueno… mi pasado de hoy se compone de tantas cosas y tantos lugares… pero sin duda, mi mejor pasado está allí. Mis playas, mis palmeras de coco, mi sol, mi hogar con su jardín. 


En mis manos tengo un pasaporte, papel, sello y foto. Pero en los pies llevo andado el mundo, el mundo que siempre me conduce a mi país. Soy una torta de casabe, una bola amarga de cacao, un queso guayanés, una cayena, un siempreverde, una catalina, una naiboa y una jalea de mango. Soy y seré mi país y otros países, yo estaré en él, aún en la ausencia, en el destierro amargo y melancólico, y en la distancia que separa, no a Puerto La Cruz de Vigo, sino el presente del pasado, que es una construcción perpetua, en el que todo aquello cuanto amaba vivía a mi vera y era inmortal.


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