4 de diciembre de 2016

De ningún lugar


Hace poco reflexionaba metafóricamente sobre mi identidad y mi pasaporte, pero la vida es hermosa y traidora. Las mañanas bien pueden estar sembradas de paradojas, mientras que las noches son de dudas.
¿Pertenezco realmente a algún lugar? Quien se va, no se divorcia de sus raíces, pero sí transforma su presente, que es, como he dicho otras veces, la continua construcción del pasado, en un nuevo lugar al que se pertenece.


Soy de una calle que me dio todos los ponsigues que quise comer, el ancho de su asfalto para jugar y su sol para crecer. Me dio la sombra de los siempreverdes para descansar. Me dio mamones y mangos; mi primer teatro donde fui actor y director…
Pero, ¿pertenezco aún a ese sitio? ¿Estoy yo allí? ¿Hay algo allá que todavía sea mío? Si la respuesta a estas preguntas es un No, entonces, ¿de dónde es que soy realmente?
La vida, es verdad, está en el presente, por tanto, está asociada también a un espacio y a un tiempo, o sea, soy de aquí de Oporto porque es la ciudad desde donde escribo. Tal vez este mojado, muerto de frío y con los pies helados… como para olvidarme si quiera de donde soy, de donde fui y donde me hallo.

Cuándo pienso en volver a mi hogar me pregunto ¿qué queda de él? Es la casa, una construcción pintada de colores, con su porche alegre, su jardín y su patio, o era lo que ocurría en ella: sus viernes eternos, su olor a guisos de mil condimentos y su puerta abierta. O la navidad, como ahora tal vez, llegando lentamente a través de una gaita que camina de la cocina al lavandero, hasta apoderarse con sus luces de cada habitación. Todo ha dejado de existir, entre tanto yo soy de otros lugares. Pero la casa sigue estando ahí, guardando callada cada uno de esos diciembres, protegiendo al muchacho que fui, y a los lirios cuando no quieren florecer porque nadie los ha regado.

Tal vez deba aceptar que ya no soy de allí, así podré encontrar en mi presente, aquello a lo que realmente pertenezco. Porque, de dónde son los forajidos, los que huyen, los que nacen y se echan a volar, lo que no vuelven, los que constantemente vuelven y se van, los que se fueron para siempre, los que mueren y dejan todo atrás. El extranjero, el inmigrante, el hombre desesperado que salió de su casa, como dijo Andrés Eloy, para buscar la gloria, y olvidaba así, la gloria que dejaba en ella. El que se fue también a buscar su hogar en otros países, el que lo encontró, el que no lo encontró pero tampoco volvió al suyo y quedó a la deriva de sus recuerdos, vagando para siempre en la soledad y el silencio de la oscuridad que es, buscar todo aquello a lo que nunca podrá volver. 


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