6:15
Se termina de descargar La Jetée. Película que siempre me acecha.
Apago el ordenador. Se lo merece.
Despierto. Día. Ducha.
Dentífrico. Desayuno. Descongelador.
Dan las siete y cuarto, me
tiro a la calle. Olvido la cámara, regreso, la cojo. Salgo otra vez. Olvido el
almuerzo, regreso, lo cojo. Salgo de nuevo. Esta vez corriendo.
7:26
Pierdo el metro (faltan 25
min. para el próximo).
Voy a sacar fotocopias.
Las saco. Pienso que me da tiempo de tomar un café. Lo tomo. Un café y un
pastel de nata. Un café, un pastel de nata y un vaso de agua. Pago. Me voy.
Olvido las fotocopias en
la cafetería. Regreso. Las cojo. Me voy una vez más.
Olvido el paraguas. Regreso,
lo cojo y de nuevo salgo.
Y de nuevo corro, porque
puede que vuelva a perder el metro.
7:45
Pierdo el metro.
8:04
Me subo, finalmente,
culpable y tránsfugo, al tren.
Me siento. Me quito la
bufanda. Apoyo el paraguas en la ventana. Lo vuelvo a coger, no quiero
perderlo. Saco un libro y leo.
8:20
Y leo.
8:40
Y leo.
8:50
El tren se detiene en mi
estación. Bajo, estoy apurado (voy tarde, pienso).
Olvido mi bufanda. Regreso,
pero el tren se marcha antes de que pueda volver a subir. La perdí. Mi bufanda
morada de lana de alpaca que me traje de Perú, la perdí. Para siempre. El
paraguas, lo tengo. La cámara, la tengo. Mi almuerzo,
sí, también lo tengo. Pero
mi bufanda morada de lana de alpaca que traje de Perú, la perdí para siempre.
Ahí va, sin su dueño, como un pasajero más, le toca seguir viajando, pero sola,
sin retorno.
Venir de Lima para esto,
pobre.
9:10
¿Entro o no entro? Ya para
qué si solo quedan treinta minutos de la que era mi única clase del día.
Caliento el almuerzo
porque tengo hambre. Siendo tortilla, pega a cualquier hora, y su hora es esta.
Como.
Me la como.
10:00
Me vuelvo a casa.
Antes, me dejo el tenedor
olvidado sobre la mesa. Aunque en realidad no lo olvidé, lo que olvidé es que
era mío y no de la cafetería.
También dejé mi mochila, la
había colgado en el espaldar de la silla donde me senté.
Otra vez subo al metro. Y
leo. Todo el camino, leo. Cómo comentar
un texto fílmico.
10: 50
Me bajo. Camino. Sigo
leyendo.
Se puede, si la lectura es
emocionante, caminar mientras se lee. Pero olvido también el paraguas y la
cámara en el vagón.
Culpo al libro.
Y el abrigo, si no calculo
mal, lo debí perder a mitad de camino, porque ahora no lo llevo puesto.
Culpo al libro.
11:05
Entro en el Pingo Doce y
compró tarta de chocolate. Mientras hago la fila para pagar, pierdo mis
zapatos.
Debió ser allí, sí. Solo
fui al Pingo Doce después del metro. Y en la estación aún los llevaba puestos.
Sí, fue allí.
Perdí también mis gafas,
aunque creo que se me cayeron antes de entrar, en el camino, en la calle
empedrada entre la estación y el súper, en la acera del frente. No estoy
seguro. Del lado del mercado.
11:15
Subo ahora esa misma calle
empedrada, derecho y hacia arriba para salir justo a mi casa. Subo. La cuesta
es un coñazo, pero ya estoy acostumbrado. Subiendo pierdo también mis
calcetines, mis pantalones y mi calzoncillo. Se me debieron caer en la última
esquina antes de doblar a casa.
11:25
Llego a casa y no tengo
llaves. Las dejé dentro, en mi habitación. Salí sin ellas esta mañana. ¿O
estaban en la mochila? Lo que sea. Estoy desnudo en la calle. Dejé olvidada
también mi camisa.
Toco la puerta y nadie
responde. Ni un alma. Silencio apabullante. Oscuridad total. Vacío.
Eco.
Entro por la ventana.
11:40
Camino desnudo por el
pasillo de la casa. Voy dejando un pequeño rastro de sangre porque al subir por
la ventana me corté con el borde de un cristal.
Entro en mi habitación,
enciendo el ordenador, me acuesto completamente desnudo, ahora sangrando más,
mojando la cama y el suelo.
Pongo La Jetée. Subo el volumen al máximo. No veo la pantalla, me la sé
de memoria. Solo escucho la música, los efectos sonoros, el avión, la voz en
francés.
La música.
Me desangro. Me deshago.
No tengo brazos ni piernas, tampoco rostro.
La película está en bucle,
se reiniciará cada vez que termine. Ya no tengo ojos, ni órganos, pero sigo
oyendo el avión.
13:00
Ya no tengo oídos.
Desaparecí. Ahora soy una conciencia que vaga por esta habitación, primero, por
el avión de La Jetée, después.
Por toda la casa. Por las
calles. Por la ciudad. Por el río. Por otras ciudades, otros países.
Estoy en Lima, en PuertoLa Cruz, En Caracas, En Medellín, en Lima otra vez, en Madrid y en Paris. En
Bogotá y en Tánger, en Lisboa, en Málaga, claro que sí, en Málaga. En Porto, en
Granada y Sevilla. En Cumaná y Mérida. En San Diego y Arapo.
Y eso que soy ahora, una
conciencia que flota a la deriva de su pasado, se va también desvaneciendo,
gota a gota, suave, lento; en el propio idilio de lo que no fue, de lo no
vivido, que es, la propia nada que ahora representa.
Y dejo de existir para
siempre, en cualquier hora del día.
2 comentarios:
Preciosa reflexión de sentimiento.
Gracias, guapa :)
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