16 de diciembre de 2016

Porto, até já


A Flausina


El escritor portugués João Chagas, dijo una vez que Oporto no era una ciudad, sino una familia. Y así lo he sentido durante todos estos meses en los que he estado aquí viviendo. Pero de nuevo, llega el día de marcharse, irse, volver, regresar, abandonar. El viento sopla en otra dirección y me empuja de nuevo a Málaga. Repentinamente me hallo despidiéndome de la ciudad y de todos lo que hicieron mi vida en ella, una experiencia única. Doy mis últimos paseos por la Baixa, el Mirador Victoria, Virtudes, la Ribiera, el puente Luis I, los paseos obligados de la ciudad. El Palacio de Cristal y mis lugares preferidos. Las calles son como arterias por donde corre sangre, que son la vida de los portuenses y la mía misma que quedará aquí por siempre sembrada.




Saboreo el último café, exquisito y cremoso, respiro la leña y la lluvia, me abro paso entre las personas, las luces de navidad y el chocolate que comienza a desbordar cada local y cada casa. La mía, allí en Bolhão, de donde nunca me iré. Sepan todos que en adelante soy un ser incompleto, porque una parte de mí se queda en este hogar, en estas paredes y en este escritorio desde donde escribí desesperadamente todo lo que no me atrevo a publicar. Siento que mi corazón es un vitral remendado de pequeños trozos de colores que se va deshaciendo por el camino y en cada ciudad y en cada habitación donde he dormido mis sueños, se queda para siempre. También creo que debo regresar para recoger todas sus partes y juntarlas algún día en este pecho de donde tal vez nunca debieron salir. Pero yo soy feliz viendo hacia atrás, y vivir en Oporto fue y será siempre en mi memoria, una experiencia y una aventura inolvidable.


Sé que ningún adiós es definitivo. Ninguno. Pero sin duda, nunca nada vuelve a ser como antes. El reloj jamás da marcha atrás. El año se va y no quiere dejarme aquí. Quiere arrastrarme hasta su propio fin, al límite de lo que es mi vida, a los extremos de mis fuerzas y al más templado hilo del corazón. Quiere un último baile, y yo, lo complazco.

En mi soledad, escucho gaitas y aguinaldos, cuatros y furrucos, y me compadezco de lo que queda de mí. Debo volver de cualquier modo, debo buscar mi hogar por última vez, sanar los recuerdos que me oprimen y me mantienen en ningún lugar, para poder empezar a construir una vida de verdad. Sin geografías ni boletos de vuelta, solo el presente esperándome siempre a la vuelta de la esquina, y mis propias decisiones.

Oporto ha sido todo lo que yo he querido que sea y yo he sido todo lo que ella ha querido hacer de mí. Ha sido cómplice e inspiración. Amiga, maestra, hermana… Ha sido dura y dulce, grande y pequeña, gentil y educada, caprichosa, exigente… Pero sobre todo, me ha llevado a vivir desfasado del resto del universo, me ha hecho viajar a otros tiempos, desconectado de todo pero sin abandonar mi cuerpo. Me ha devuelto a mi tierra y me ha horneado los mejores panes que haya probado, los he engullido como cada mes y cada día, he salido al final, victorioso, y me siento profundamente agradecido con la vida por eso. Agradecido por siempre con todo, todo lo que ha sumado en la construcción de una nueva forma de ver el mundo y la vida. Porque… si en vez de hombre fuera un lugar, ese lugar sin duda, sería Oporto.

Adiós hermosa ciudad gris. Nunca olvides que aquí vine una vez y aquí me quedé para siempre. Más allá de la memoria de los que ahora me leen, de los que te habitan y te habitarán, aunque vuele yo muy lejos, no les creas cuando te digan que me fui.

Adiós.

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