Ya en Málaga, la mente y el corazón continúan su viaje.
El cuerpo, vacío e hipnotizado, camina por inercia y sigue llenándose de buenos
momentos. Se ríe, besa y se enamora, cuenta granos de arena y estrellas. Abraza,
absorbe el cariño, se contagia de la alegría y del optimismo de quienes le
rodean; que son muchos y él siente que los quiere a todos. El sol y la feria.
Pero cuando se ha estado tanto tiempo en el aire, aun en
la tierra, los pies siguen volando.Por eso, se va lejos de nuevo. En un sueño.
Se sube a un tren que viaja muy rápido. Con él, mucha
gente que ya conoce de otros tiempos. Camina tropezando en dirección contraria
al viaje, y a medida que avanza, reconoce rostros olvidados que resucitan en su
memoria como disparos de un flash mágico. Los desconocidos, en cambio, le miran
fijamente y encuentran en sus ojos el mapa de sus propios viajes.
La familia, los antiguos vecinos, los primeros compañeros
de colegio y universidad, los amigos más íntimos, el primer amor. Todos buscan
un lugar para su equipaje, revisan sus tickets, sus asientos… Y la madre, que
le espera a solas en un vagón, para abrazarlo, callada y a oscuras, sola en compañía
de su propio amor, aguarda con paciencia cada minuto, el soñado encuentro. Solo
que antes el tren se detiene, y él baja por error en la estación equivocada.
Ahora está en Porto y está despierto. Allí se encuentra
también con los mismos rostros. Todos le conocen, pero nadie habla en el
transcurso de estos minutos. Caminan arrastrando sus maletas, buscan su andén, chequean
sus billetes, miran los relojes. También los desconocidos van a su ritmo y no
hacen caso de nada.
Él sabe que el próximo tren tardará mucho, así que decide
seguir viajando en un nuevo sueño.
Ahora está en un barco que sale de Porto y cruza el Caribe, que surca
olas altísimas, que se bambolea en su recorrido y que le llevan a tropezar de una pared a otra, varias veces, en su búsqueda por cada habitación,
esperando reunirse por fin con su compañera de viaje. Ambos se dirigen a casa,
pero quieren llegar juntos.
Hasta que por fin la encuentra. La última puerta del
barco da al cuarto de su madre, es la que él recuerda en su hogar. Aunque ella está
dormida y no responde.
Él llama y ella no contesta. Se acerca y susurra en su
oído. No despierta. No reacciona. No dice nada. Duerme profundamente con la cara oculta entre sus brazos, arropada hasta medio cuerpo, con los cabellos
ondulados peinados y levemente esparcidos también por su rostro, pero dejando
al descubierto sus orejas gruesas, por donde él sigue pronunciando su nombre.
Hasta que decide salir; cree que afuera hallará la forma
de hacerla despertar de su eterno sueño. Pero ya no está en el barco, sino en
Málaga. Al intentar volver, ya no hay una habitación, sino una playa. No es
el Caribe, es el Mediterráneo. Ya no está viajando. Ya no vuela, no sueña, no
corre.
Está aquí, intentado detener este viaje, queriendo
aterrizar por fin, en la vida real. No dejando de buscar a su madre, sino encontrándola
en todo aquello que le rodea. Aunque sus pies sigan viajando de un lugar a otro,
y aunque no encuentre nunca, lo que sea que esté buscando.
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