24 de agosto de 2016

De los pies a los sueños


Ya en Málaga, la mente y el corazón continúan su viaje. El cuerpo, vacío e hipnotizado, camina por inercia y sigue llenándose de buenos momentos. Se ríe, besa y se enamora, cuenta granos de arena y estrellas. Abraza, absorbe el cariño, se contagia de la alegría y del optimismo de quienes le rodean; que son muchos y él siente que los quiere a todos. El sol y la feria.
Pero cuando se ha estado tanto tiempo en el aire, aun en la tierra, los pies siguen volando.



Por eso, se va lejos de nuevo. En un sueño.
Se sube a un tren que viaja muy rápido. Con él, mucha gente que ya conoce de otros tiempos. Camina tropezando en dirección contraria al viaje, y a medida que avanza, reconoce rostros olvidados que resucitan en su memoria como disparos de un flash mágico. Los desconocidos, en cambio, le miran fijamente y encuentran en sus ojos el mapa de sus propios viajes.
La familia, los antiguos vecinos, los primeros compañeros de colegio y universidad, los amigos más íntimos, el primer amor. Todos buscan un lugar para su equipaje, revisan sus tickets, sus asientos… Y la madre, que le espera a solas en un vagón, para abrazarlo, callada y a oscuras, sola en compañía de su propio amor, aguarda con paciencia cada minuto, el soñado encuentro. Solo que antes el tren se detiene, y él baja por error en la estación equivocada.


Ahora está en Porto y está despierto. Allí se encuentra también con los mismos rostros. Todos le conocen, pero nadie habla en el transcurso de estos minutos. Caminan arrastrando sus maletas, buscan su andén, chequean sus billetes, miran los relojes. También los desconocidos van a su ritmo y no hacen caso de nada.
Él sabe que el próximo tren tardará mucho, así que decide seguir viajando en un nuevo sueño.
Ahora está en un barco que sale de Porto y cruza el Caribe, que surca olas altísimas, que se bambolea en su recorrido y que le llevan a tropezar de una pared a otra, varias veces, en su búsqueda por cada habitación, esperando reunirse por fin con su compañera de viaje. Ambos se dirigen a casa, pero quieren llegar juntos.
 
 
Hasta que por fin la encuentra. La última puerta del barco da al cuarto de su madre, es la que él recuerda en su hogar. Aunque ella está dormida y no responde.
Él llama y ella no contesta. Se acerca y susurra en su oído. No despierta. No reacciona. No dice nada. Duerme profundamente con la cara oculta entre sus brazos, arropada hasta medio cuerpo, con los cabellos ondulados peinados y levemente esparcidos también por su rostro, pero dejando al descubierto sus orejas gruesas, por donde él sigue pronunciando su nombre.
Hasta que decide salir; cree que afuera hallará la forma de hacerla despertar de su eterno sueño. Pero ya no está en el barco, sino en Málaga. Al intentar volver, ya no hay una habitación, sino una playa. No es el Caribe, es el Mediterráneo. Ya no está viajando. Ya no vuela, no sueña, no corre.
 
Está aquí, intentado detener este viaje, queriendo aterrizar por fin, en la vida real. No dejando de buscar a su madre, sino encontrándola en todo aquello que le rodea. Aunque sus pies sigan viajando de un lugar a otro, y aunque no encuentre nunca, lo que sea que esté buscando.

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