Dedicado a todos aquellos de los que me he ido
De todas las veces que me fui, nunca tuve tantas ganas de volver, y nunca tuve tantas ganas de quedarme. Durante el viaje de Porto a Madrid, recordé la primera vez que llegué a Málaga. Ahora llevo la misma maleta de aquel entonces, está intacta, un poco percudida y 9 años más vieja, pero intacta. Al bajar en Méndez Álvaro, un señor mayor confundió mi equipaje con el suyo, por varios minutos ambos lo sujetamos asegurando ser sus dueños. Pero mi maleta es mi maleta.
En 2007, en el recorrido de mi casa al aeropuerto, recibí
varios SMS de mi prima, que, desde Caracas me pedía que no olvidará en mi
equipaje, todo lo que habíamos aprendido juntos durante nuestra infancia. Yo
sabía perfectamente de qué me hablaba. Y sí, todo eso viajaba conmigo, en un
recorrido larguísimo, primero de Puerto La Cruz a Caracas, después a Madrid y
de allí a Málaga. En aquella ocasión, no solo me iba de mi país por primera
vez, también de mi hogar. Al llegar, me di cuenta que la luz era distinta. Más
tarde comprobaría que, en efecto, la luz del sol cambia en cada lugar, los
tonos, el brillo y la forma como la luz cae sobre las cosas, las cubre e
ilumina, son completamente diferentes de una latitud a otra. En ese entonces no
lo sabía.
De nuevo Madrid de paso. La noche allí era necesaria. Mi
prima me llevó a comer delicias porque, ella sabe que cuando la familia come
junta, comulgan en ese momento los sentimientos de unión. Y el sabor y la
calidad de los platos, la creatividad que los cocineros depositan en ellos, en
todos esos lugares especiales de ricos aromas e irresistibles comidas de todo
el mundo, donde siempre me lleva, recrean también el momento compartido, construido
a base de sabores; atmósfera ideal para poner a prueba, como tantas veces, los
lazos que nos unen. Asegurarme que siguen bien atados, me basta para continuar
mi viaje. Compartir una buena mesa, es compartir la vida y es unirnos más a
todo aquello a lo que hemos pertenecido siempre.
Llego a Málaga de tarde, y sí, la ciudad ha cambiado
mucho.
Yo también.
La maleta sigue preservando todas aquellas cosas vitales
que de ninguna manera podía olvidar en mi hogar. Espero que aquel señor
confundido, encontrara su equipaje y llegara también a casa con todas sus
pertenencias en buen resguardo. Más él, que ha vivido tanto y tiene muchas más cosas
que llevar en sus viajes.
La Málaga de hoy se parece más a lo que siempre he
imaginado debe ser, la ciudad de mis raíces. Y aunque sigo sin saber cuál es,
de todas las veces que volví, esta fue con diferencia, la más sincera. Camino
de verdad; y aquella pregunta que durante tantos años me acosó (¿qué hago aquí?),
de repente pierde sentido, desaparece o se esconde quién sabe hasta cuándo,
para dejarme hacer, creer, intentar y dar una nueva oportunidad al Gabriel que
soy en aquí, distinto al que soy en Porto.
La próxima vez que me marche será más difícil, porqué en
Málaga la maleta se sigue llenando, sin reemplazar nada, sino haciendo su
propio espacio dentro de un universo que nació de una mata de mangos, que
creció con los pies descalzos y la cabeza en las nubes, que robó todos los
dulces de la nevera, que lideró una masa de primos a la felicidad de un
gallinero y que perdió el miedo al mar en un muelle de Arapo. Eso, que es
irremplazable, viajó en mi maleta las veces que me fui, y sigue creciendo porque,
el pasado no es todo lo que uno puede atesorar. En este presente malagueño hay
también muchísimas cosas, que, de aquí en adelante, deberán acompañarme, las
veces que me vaya.
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