Para:
Carmen Alonso
De:
Gabriel Vargas Zapata
¿Cómo
estás abuela? Feliz navidad. Por aquí está haciendo un frío terrible, no sé
cómo puedo soportarlo. Espero que estés bien.
No
puedo dejar de acordarme de ti en estas fechas, bueno de ti y de tus hallacas. Ya
sé que no solía comerlas tan a menudo, porque para eso ya estaban las de mi
mamá que nunca se acababan por mucho que abriera la nevera y estaban hechas con
el mismo amor. Pero las tuyas, elaboradas sin ningún cuidado, sin ningún
propósito más que el de alimentar a los que contigo cenaban. Bueno la masa
sabía a puro caldo y el relleno, simple a veces con menos ingredientes, era un
regalo al estomago y lo llenaba a uno de amor.
Y así
pasaba con los demás platos: el dulce de mango, el gofio de maíz cariaco y
papelón, la arenita con azúcar a la que siempre yo colaba unas cucharadas de
más, el majarete que no podía dejar enfriar con mucha canela, el arroz con coco
con sus hojitas de naranja, la jalea y el carato de mango que aun caliente,
metía en el congelador porque no podía esperar a beberlo, el dulce de leche
cortada, el dulce de lechosa, también exclusivo de estas fechas. Qué rico
estaba todo abuela y qué bueno era ayudarte a pelar los cocos, a moler el maíz
o a recoger los mangos del patio, con lo tedioso que era y las pocas ganas que
le ponía. Ahora pelaría cien cocos si supiera que con ellos me fueras a preparar
todos tus ricos platos.
Ya
sé que has estado algo enferma, pero tengo una noticia que quizá te levante el
ánimo y te haga salir de la cama. En unas semanas iré a visitarte. Sé que no
podrás prepararme todas estas cosas, descuida, guardo todos estos sabores a
modo de recuerdos mágicos y cuando pienso en ellos, puedo sentirlos también en
mi boca y claro, te recuerdo a ti preparándolos.
Qué
más quisiera en este momento que volver a ser un niño y correr por tu cocina
cuando al grito de ¡Gabrieloooo! anunciabas el reparto de estas suculencias,
acompañado siempre de la advertencia de cuál era la cantidad que me
correspondía. ¡Qué glotón!
Tenía
pensado sentarme a tu lado una tarde y copiar todas estas recetas para poder
prepararlas ahora que tus manos ya no pueden. Pero pensándolo mejor… esos
sabores únicos, no merecen ser imitados ni repetidos, guardan no solo el sabor
de unas manos amorosas, sino también el recuerdo de un niño y su abuela, de una
abuela y sus nietos, ¿cuántos éramos abuela? No había distinción entre
nosotros, cada uno merecía la misma parte de la olla, la misma ración. Para qué
copiarlas si ya están bien guardadas en nuestros corazones. Han de vivir allí
para siempre, únicas, simples e imperfectas, qué mejor sitio para retener sus
aromas de ternura. Que sean entonces tus ollas, tus paletas de madera, tus
envases de peltre y nuestros paladares, los guardianes eternos de tus delicadeces
criollas.
Ya
no hace falta que me prepares nada más, me conformaré con abrazarte porque al hacerlo
vendrán a mi boca todos esos sabores y con ellos, los recuerdos y en ellos tú
abuela, cariñosa, firme, regañona, pero siempre repleta del amor más
desinteresado que he conocido.
Allí
voy abuela, a verte. Seguro te sorprendo manguera en mano y con tu sombrero de
paja regando las plantas. Porque así fue como te deje la última vez que te vi.
Tu
nieto, Gabriel.
Málaga,
21 de diciembre de 2013
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