21 de diciembre de 2013

Carta a la abuela



Para: Carmen Alonso
De: Gabriel Vargas Zapata

¿Cómo estás abuela? Feliz navidad. Por aquí está haciendo un frío terrible, no sé cómo puedo soportarlo. Espero que estés bien.

No puedo dejar de acordarme de ti en estas fechas, bueno de ti y de tus hallacas. Ya sé que no solía comerlas tan a menudo, porque para eso ya estaban las de mi mamá que nunca se acababan por mucho que abriera la nevera y estaban hechas con el mismo amor. Pero las tuyas, elaboradas sin ningún cuidado, sin ningún propósito más que el de alimentar a los que contigo cenaban. Bueno la masa sabía a puro caldo y el relleno, simple a veces con menos ingredientes, era un regalo al estomago y lo llenaba a uno de amor.


Y así pasaba con los demás platos: el dulce de mango, el gofio de maíz cariaco y papelón, la arenita con azúcar a la que siempre yo colaba unas cucharadas de más, el majarete que no podía dejar enfriar con mucha canela, el arroz con coco con sus hojitas de naranja, la jalea y el carato de mango que aun caliente, metía en el congelador porque no podía esperar a beberlo, el dulce de leche cortada, el dulce de lechosa, también exclusivo de estas fechas. Qué rico estaba todo abuela y qué bueno era ayudarte a pelar los cocos, a moler el maíz o a recoger los mangos del patio, con lo tedioso que era y las pocas ganas que le ponía. Ahora pelaría cien cocos si supiera que con ellos me fueras a preparar todos tus ricos platos.

Ya sé que has estado algo enferma, pero tengo una noticia que quizá te levante el ánimo y te haga salir de la cama. En unas semanas iré a visitarte. Sé que no podrás prepararme todas estas cosas, descuida, guardo todos estos sabores a modo de recuerdos mágicos y cuando pienso en ellos, puedo sentirlos también en mi boca y claro, te recuerdo a ti preparándolos. 

Qué más quisiera en este momento que volver a ser un niño y correr por tu cocina cuando al grito de ¡Gabrieloooo! anunciabas el reparto de estas suculencias, acompañado siempre de la advertencia de cuál era la cantidad que me correspondía. ¡Qué glotón!

Tenía pensado sentarme a tu lado una tarde y copiar todas estas recetas para poder prepararlas ahora que tus manos ya no pueden. Pero pensándolo mejor… esos sabores únicos, no merecen ser imitados ni repetidos, guardan no solo el sabor de unas manos amorosas, sino también el recuerdo de un niño y su abuela, de una abuela y sus nietos, ¿cuántos éramos abuela? No había distinción entre nosotros, cada uno merecía la misma parte de la olla, la misma ración. Para qué copiarlas si ya están bien guardadas en nuestros corazones. Han de vivir allí para siempre, únicas, simples e imperfectas, qué mejor sitio para retener sus aromas de ternura. Que sean entonces tus ollas, tus paletas de madera, tus envases de peltre y nuestros paladares, los guardianes eternos de tus delicadeces criollas.

Ya no hace falta que me prepares nada más, me conformaré con abrazarte porque al hacerlo vendrán a mi boca todos esos sabores y con ellos, los recuerdos y en ellos tú abuela, cariñosa, firme, regañona, pero siempre repleta del amor más desinteresado que he conocido.

Allí voy abuela, a verte. Seguro te sorprendo manguera en mano y con tu sombrero de paja regando las plantas. Porque así fue como te deje la última vez que te vi.



Tu nieto, Gabriel.

Málaga, 21 de diciembre de 2013

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