La experiencia de anoche fue
sencillamente única, no hay otra manera de describirla. Viví el partido con
intensidad y agonía, agarrado a una bandera que mi hermosísima madre me envió
previamente por correo, y que luego me sirvió de capa para salir del estadio de
La Rosaleda con la frente en alto y orgulloso de tener una selección como La
Vinotinto.
No voy a contar ni a describir la
evidente ventaja con la que España se impuso anoche sobre Venezuela,
independientemente de la cantidad de goles, ya que en realidad el dominio en el
campo se sintió más allá de eso, se sintió incluso moralmente, aunque debo
decir que los primeros 25 minutos, los vinotintos contuvieron muy bien a la
campeona del mundo e incluso llegaron a desarrollar una buena defensa, donde
Vizcarrondo fue imprescindible.
Lo que sí quiero contar son anécdotas
como que, los pocos venezolanos presentes en el estadio estábamos totalmente
dispersos, salvo un grupo más o menos grande que, instrumentos en mano, armaron
una autentica fiesta a ritmo de tambor. Fiesta que por cierto, alargaron hasta
después de terminado el partido, concentrándose para ello en plena puerta
principal del estadio.
Yo en cambio estaba rodeado de españoles,
creo que era la única bandera venezolana de la zona, aún así, no me amilané a la
hora de gritar ¡dale Rondón! y ¡Coño ´e su madre! Cuando España marcaba gol, o simplemente
aplaudir cuando el momento lo exigía.
La gente de mi alrededor, todos con
camisetas de La Roja, vuvuzelas, bufandas y pancartas exigiendo a Iker una
camiseta o un guante, fueron de lo más amables, algunos incluso hasta se
disculpaban conmigo cada vez que marcaban. Otros se atrevieron –para mi
sorpresa- a elogiar a la selección venezolana, sobre todo por su participación
en la última Copa América.
Al final recibí muchas palmadas en la
espalda, comentarios alentadores e incluso una que otra felicitación. Sin
dunda, una de las mejores cosas de la noche. Aunque también me gustó muchísimo
que cuando Rondón abandonó el estadio, recibiera el aplauso del público en su
conjunto, españoles y venezolanos. Durante el partido algunos se atrevieron a
comentar que si marcaba algún gol, no les importaría. Y también pedían a gritos
que no le lesionaran. Y así fue la noche…
Finalmente, me despido con la siguiente
reflexión: antes, durante y después del partido solo escuché buenos comentarios
sobre La Vinotinto, la gente fue muy respetuosa, todos nos la pasamos bien
viendo a nuestras selecciones. Es triste en cambio escuchar a venezolanos hablar
paja de nuestra selección, refiriéndose a ella incluso como la peor del mundo.
Con ese tipo de estímulos no vamos a Brasil.
PD: El título de este post y el post en
sí, es simplemente un homenaje a la selección venezolana de futbol profesional.
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