No
llegué. No pude completar el viaje. No fui. No terminé el camino de vuelta a
casa. Me detuve aquí en Málaga, de nuevo, y comienzo a viajar pero de otra
forma. El viaje que ahora emprendo no me lleva por cielos ni carreteras. Los
kilómetros se transforman en metros y los aviones y trenes, en bicicletas y
autobuses urbanos. Ahora intento que los desplazamientos, tan cortos como son,
me lleven no solo de un lugar de la ciudad a otro, sino además, a un nuevo
lugar de mí mismo.
Tomarle
otra vez el pulso a la ciudad, me ha llevado exactamente dos meses. Volver de Portugal, volver de un yo dormido, ha
representado también la construcción de una nueva vida. Al despedirme de
Oporto, me despedí también de otro Gabriel. Allí dormirán para siempre buena
parte de mis sueños. Como semillas, preparados a pesar de los años, para cobrar
vida cuando se les invoque. O allí reposarán para siempre cerca del río, debajo
de las gaviotas, del hierro y del frío.
Málaga.
¿Cuántas Málagas hay? Todas las veces que volví me encontré con una distinta. Cada nueva Málaga es un nuevo yo. En su
sol estoy plantado y crezco mirando el mar que al fin al cabo, es el mismo mar
de cualquier lugar del mundo. Entonces, estar ante él, mojarse las manos, es
también estar frente a otras ciudades. Otra forma de viajar. Todo aquello que
es común a cualquier lugar del planeta, el Sol, la Luna, el mar… Todo nos reúne
con aquellos sitios en los que estuvimos y estamos. Y eso me permite estar,
desde aquí, donde sea que yo quiera.
Caminar
de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Bajar al centro por el carril
bici, volver en metro o en bus. Ir andando al parque, al encuentro con los
amigos, a la universidad, al curso que me toca esta semana o al de la otra, al
ensayo, a la oficina donde firmar, sellar, tramitar, hacer la cola. Al
supermercado, al cine, a la copa de vino. Estos son ahora los viajes y este es
el nuevo individuo que se hace en medio del ruido y la rutina; de la fuerza de
la creatividad, de la conexión con el arte, con la tierra y con los nuevos
sueños. Ellos son también viajes no hechos, que zumban de un lado al otro del
corazón, que saborean su nueva vida, que la disfrutan, que la construyen poco a
poco con sus manos, pero que no dejan de viajar, aunque no se despeguen del escritorio.
Allí
van… Caminan juntos, tropiezan unos sobre otros y yo los contemplo desde la
calma, que me permite también decidir, pensar y sentir; porque tal vez nadie
debería pasarse la vida sin saber a dónde ir, vacilando, de un lado a otro,
hasta convertir el movimiento, la huida, el regreso, el passaporte y la maleta,
en el verdadero hogar, del que no hace falta irse, ni al que hace falta nunca
volver. Porque se es allí, todo lo feliz que nadie pueda imaginarse.
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