30 de mayo de 2014

Chao Medellín

Soy un friki de los refranes y las frases sabias. Mi abuela suele decir uno que ahora traigo a colación porque en este momento, nada define mejor cómo me siento que la simplicidad de sus palabras: Una cosa es lo que piensa el burro y otra el que lo arrea. 




Esto quiere decir que: creía que venía a Medellín por estudios; la realidad es que vine a transformarme, y cambiar duele, porque como dice el maestro José Antonio Abreu, el artista tiene que transformarse antes a sí mismo, para poder transformar a los demás.

Esta intermitente estadía me sirvió para conocer una nueva cultura, eso incluye nuevas palabras, pronunciaciones distintas y, tratándose de Medellín: comida, metro, teatro y salsa. He vivido la ciudad de todas las formas posibles. Me alimento de estas experiencias para construir en mi mente la utopía de mundo que imagino poco a poco desde que era niño. Y cada vez me va quedando mejor.




Bailé salsa en el Tibiri Tabara, comí fruta en la calle, viajé en metrocable, hablé con desconocidos, hice amistades de una noche y otras para toda la vida, vi flores de todos los colores, me enamoré en el metro, lloré en el Matacandelas y reí en El Pequeño Teatro. Comí empanadas en Santo Domingo y buñuelos en El Supremo. Hice picni en el Jardín Botánico, me cubrieron de harina cuando ganó el Nacional. Cené en Parque Lleras y escribí poemas en la Biblioteca España. Conocí a León de Greiff y a Mario Mendoza. Caminé por Aranjuez y me fui de concierto por Moravia. Compré libros usados en El Hueco, comí papas rellenas en el Parque Arví y vi a Botero.




Es todo lo que me llevo. Ninguna de estas cosas son tangibles a los hombres porque solo se pueden ver con el corazón, por eso nadie nunca me las podrá quitar. Son mías para siempre.

Y es que, en buena medida uno nunca se va del todo. Uno siempre se queda en los sitios en los que ha vivido, y de alguna forma se va dejando cosas por el camino, como Hansel y Gretel, tal vez para algún día saber cómo volver.





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