Esto
quiere decir que: creía que venía a Medellín por estudios; la realidad es que
vine a transformarme, y cambiar duele, porque como dice el maestro José Antonio
Abreu, el artista tiene que transformarse antes a sí mismo, para poder
transformar a los demás.
Esta
intermitente estadía me sirvió para conocer una nueva cultura, eso incluye
nuevas palabras, pronunciaciones distintas y, tratándose de Medellín: comida,
metro, teatro y salsa. He vivido la ciudad de todas las formas posibles. Me
alimento de estas experiencias para construir en mi mente la utopía de mundo
que imagino poco a poco desde que era niño. Y cada vez me va quedando mejor.
Bailé salsa en el Tibiri Tabara, comí fruta en la calle, viajé en metrocable, hablé
con desconocidos, hice amistades de una noche y otras para toda la vida, vi
flores de todos los colores, me enamoré en el metro, lloré en el Matacandelas y
reí en El Pequeño Teatro. Comí empanadas en Santo Domingo y buñuelos en El
Supremo. Hice picni en el Jardín Botánico, me cubrieron de harina cuando ganó
el Nacional. Cené en Parque Lleras y escribí poemas en la Biblioteca España.
Conocí a León de Greiff y a Mario Mendoza. Caminé por Aranjuez y me fui de
concierto por Moravia. Compré libros usados en El Hueco, comí papas rellenas en
el Parque Arví y vi a Botero.
Es
todo lo que me llevo. Ninguna de estas cosas son tangibles a los hombres porque
solo se pueden ver con el corazón, por eso nadie nunca me las podrá quitar. Son
mías para siempre.
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