No ha sido tanto el volver sino después
de cuanto. Venezuela siempre tiene los brazos abiertos para todo aquel. Este
pequeño largo viaje, este retorno a mis raíces después de cinco años, ha sido
como un baño renovador, un encuentro con todas esas cosas que, aunque dudé,
siempre han estado allí.
Mi llegada sorpresa dejó casi
desmallados a toda una cuadra, y a aquellos cómplices infalibles, felices y
satisfechos. La cara de impacto de mi madre después de cinco años no se paga
con nada. O bueno tal vez si, veamos: todo comenzó al día siguiente por la
mañana, cuando mi sobrina de dos años, levantada desde muy madrugada, me
convidó a que viéramos juntos toda su colección de películas de Disney. Un
pronto paseo por Caracas y descubrir que casi todo sigue igual, que el que cambió
fui yo. Caracas para mí sigue siendo la de los cerros, los techos rojos y el
lindo cielo. Y es un recuerdo que, otra vez, me llevo para siempre.
En casa recordé lo que eran las
partidas de damas chinas y el que mi abuela me desenredara (en vano) el cabello
acostado con ella en su cama. El ruido de los vecinos, el pescado frito, las
morrocoyas y los olores del jardín.
Después de una contundente ronda de
visitas y varios asaltos a unas cuantas empanaderas, vino el primer momento
estelar: visita a la entrañable Isla de Plata, un lugar encantador y, muy
personalmente, de un valor especial, a solo 20 minutos en barco desde la costa
de la ciudad de Guanta, donde también y por cierto nunca faltan las ancestrales
iguanas.
Isla de Plata, Parque Nacional Mochima, Guanta, estado Anzoátegui. |
Luego vino un inusual viaje a Belén, un
pequeño pueblo en las montañas costeras del estado Sucre, en busca de
familiares perdidos. Encontré un hermoso trapiche donde se extripa el alma de
la caña de azúcar para usos varios, o bien para su consumo directo como un
especie de refresco natural. La visita fue toda una experiencia, un contacto
con el mundo rural como creo, nunca había vivido. La noche estuvo acompañada de
unas inmensas cachapas de maíz tierno y un cielo oscurísimo. Y al día siguiente,
el viaje de regreso fue interrumpido por otros pueblos también interesantes de
visitar: La Soledad por sus vistas al Mar Caribe y Marigüitar por sus empanadas
de queso.
Típico trapiche de caña de azúcar. Belén, estado Subre. |
Los días fueron pasando, y entre ellos
una fugaz visita a Barcelona, dónde las iglesias y los teatros se han detenido
en el tiempo y las estatuas y los pájaros contemplan la apacible vida de sus
plazas y de sus ruinas. (Continuará)
Catedral de Barcelona, capital del estado Anzoátegui. |
PD: El título de este post es un
homenaje a esa linda canción de Pablo Herrero y José Luis Armentero.
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