21 de marzo de 2014

Barricas

Cuando la realidad supera mi capacidad de raciocinio y muchas veces también de entendimiento; suelo pensar que es mejor buscar en otros, las luces necesarias para entender al mundo y sobre todo la manera de obrar de algunos de sus habitantes. Porque casi todo lo que ocurre en el presente, ha ocurrido ya de alguna forma en el pasado.
Pero miento, sí que puedo entenderlo, pero hay otros que lo pueden explicar mucho mejor. Así, di con Historia de una barrica (1704) de Jonathan Swift, ese que también escribiría Los viajes de Guilliver (1726).

Y en él, un fragmento que, a manera de metáfora, puede perfectamente servir para entender la forma de actuar de algunas barricas, aquellas que en medio de la profunda crisis social que vive Venezuela, solo sirven para levantar la mano, porque pensar, hace rato que dejaron de hacerlo.



A continuación, un fragmento de Historia de una barrica:
     ─<<Venid hermanos, dijo Pedro, servíos y no lo escatiméis, aquí hay un excelente cordero; o si no, yo le echaré mano, os ayudaré>>.
     Tras estas palabras, con mucha ceremonia, con cuchillo y tenedor, corta dos buenas rebanadas de ese pan y se las presenta cada una en un plato a sus hermanos. El mayor de los dos, que no capta con rapidez la idea del Señor Pedro, comienza a examinar el misterio con lenguaje muy cortés:
     ─<<Señor, dice, me parece, con todos los respetos, que hay algún error aquí>>.
     ─Cómo, dice Pedro, ¿estás de broma? Vamos entonces, haznos saber ese chiste tan gracioso>>.
     ─<<En lo absoluto, señor; pero, a menos que yo esté muy equivocado, vuestra señoría se ha dignado hace un momento decir unas palabras sobre un cordero, y yo desearía verlo con todo mi corazón>>.
     ─¡Cómo, dijo Pedro aparentando gran sorpresa, no comprendo nada en absoluto!>>
     Aquí intervino el más joven para aclarar el asunto:
     ─<<Señor, dijo, creo que mi hermano tiene hambre, y suspira por el cordero que vuestra señoría nos había prometido para cenar>>.
     ─<<Veamos, respondió Pedro, atended a razones; o ambos estáis locos o queréis haceros los graciosos más de lo que yo estoy dispuesto a tolerar. Si no os gusta vuestra porción, os contaré otra; aunque me parece que ése es el trozo más escogido de toda la pierna>>.
     ─<<¿Cómo señor, replicó el primero, según vos esto es una pierna de cordero?>>.
     ─Os ruego, señor, dijo Pedro, que comáis vuestra porción y ceséis en vuestras impertinencias, si os place, pues no estoy de humor para paladearlas en este momento>>.
     Pero el otro, provocado en exceso por la afectada seriedad de la actitud de Pedro, no pudo evitar expresarse así:
     ─<<Por Dios, señor, sólo puedo decir que para mis ojos y mis dedos, y mis dientes, y mi nariz, esto no parece sino un mendrugo de pan>>.
     Lo cual el segundo corroboró diciendo:
─<<Nunca en mi vida vi un trozo de cordero que se pareciera tanto a una rebanada de pan del de doce peniques>>.
     ─<<Oídme, caballeros, gritó Pedro furioso, para convenceros de qué par de ciegos , ignorantes, obstinados y fatuos testarudos sois, solo usaré este sencillo argumento: ¡Por Dios que es cordero real, bueno, y natural como cualquiera que haya en el mercado de Leadenhall; y Dios os confunda a ambos eternamente si creéis otra cosa!>>
     Una prueba tan fulminante como esta no dejaba lugar para la objeción; los dos incrédulos comenzaron a recoger velas y a embolsarse sus errores lo más rápidamente posible.
     ─<<Realmente, dijo el primero, considerándolo con detenimiento…>>.
     ─<<¡Ay! Dijo el otro interrumpiéndole, ahora lo he pensado mejor, vuestra señoría parece tener bastante razón>>.
     ─<<Muy bien, dijo Pedro, ¡eh, chico! Lléname un vaso de cerveza con vino clarete. A vuestra salud, de todo corazón>>.
Jonathan Swift, 1704.

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