Resulta
difícil no decir nada después de la muerte de Chávez, todos con mayor o menor
conocimiento de causa, hemos tenido algo que expresar al respecto. En primer
lugar quiero declarar mi más profundo respeto por el dolor que embarga en estos
momentos a una inmensa cantidad de venezolanos, y a muchos otros que sin serlo,
también lo sienten. Yo no puedo decir que comparto este sentimiento, y no sé si
eso sea bueno o sea malo, y probablemente me equivoque en lo que pueda decir,
no así en expresar lo que si siento en este momento.
No
sería propio de mi, celebrar la muerte de ningún ser humano, por mucho Hugo
Chávez que este sea, pero tampoco me entristece su partida. Respecto a su
enfermedad: ojala todos los venezolanos que algún día, y desafortunadamente,
enfermaron de cáncer, hubieran podido tener tan siquiera una cuarta parte de
las atenciones médicas y de los lujos con los que él desde luego si contó.
Llorar
a Hugo Chávez para mí sería como llorar a un Hitler, a un Mussolini o a un
Franco (y a ellos también los lloraron y los lloran); sencillamente porque
ninguna de las cosas buenas que como presidente de Venezuela hiso, en mi
opinión, justifican todas las cosas malas y crueles. No veo por ejemplo ninguna
diferencia entre obligar a judíos a portar una estrella de David para denotar públicamente
hasta donde llegan sus derechos sociales, y el obligar a profesionales
venezolanos a portar una camiseta roja con una estrella socialista para poder
tener derecho a un empleo.
Chávez
siempre gobernó para una parte del país: los chavistas, nunca para todos. Y en
mi opinión, suya es la responsabilidad de la violencia y los índices de
criminalidad, en la que se encuentra inmerso ahora mismo el país. No hacer nada
en contra de ello, es lo mismo que hacerse cómplice. Por otra parte, resulta
muy cómodo hablar de socialismo, siempre que este esté financiado por un
petróleo cuyo precio fijan los mercados capitalistas, la libre fluctuación y
las especulaciones a las que el mismo gobierno venezolano ha contribuido. Así
cualquiera financia el socialismo y las lavadoras a bajo coste. Mientras que en
Venezuela llenamos los tanques de gasolina a 0,50 céntimos de euro (no el litro
sino el tanque entero), en España por ejemplo el precio por litro se haya entre
los 1,30 y 1,50 euros, en el mejor de los casos. Y esta diferencia no se
traduce precisamente en calles mejor asfaltadas, solo hay que darse una vuelta
por cualquier ciudad venezolana para constatarlo.
En
resumen, el daño que ha hecho Chávez, económico, político y moral, al país, es
profundo y difícil de remendar, por lo tanto no merece mis lágrimas ni mi dolor.
Pero también soy de los que cree que hay que perdonar y olvidar, si queremos
una reconciliación sincera entre las dos partes en las que ahora mismo se divide
la sociedad venezolana. Me quedo entonces con las cosas buenas: hacer visible a
todo un continente, unirlo en muchísimos aspectos, y enseñar a un país a quererse
a sí mismo. Hoy, el orgullo de ser venezolano, es evidentemente mayor al que se
podía sentir antes de Chávez.
Y
todo esto lo dice uno de los tantos cobardes que abandonó el país, en lugar de
intentar cambiarlo.
PD: El
título de este post es un homenaje a la novela de Miguel Delibes.
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